A menos de 15 kilómetros de
Bilbo, está el barrio de Lemoa, se trata de un caserío pequeño, de muy pocos
habitantes, y de un paisaje encantador.

Hace unos
años, tuve que pasar por allí, y buscando un lugar para almorzar, me encontré
con que en aquellos días, no había negocios cerca, por lo que me puse a un lado
del camino a hurgar en mi mochila a ver en qué consistiría mi almuerzo. En eso
estaba cuando dio en pasar una motoneta. Su conductor se detuvo a preguntarme
si necesitaba algo, a lo que respondí que buscaba algún parador para comer algo
antes de seguir mi camino. “Me llamo
Bixintxo Artola, y vivo a unos
metros de aquí, si está buscando de comer, puede acompañarme a mi casa, y
compartiremos alguna cosa”. Miré a mi interlocutor. Tendría unos 50 años, su
txapela y las antiparras, ocultaban algunas arrugas de su frente. “Será un
placer, si no le ocasiono molestias” Contesté. A lo que respondió “Si así fuera
no le habría invitado”. Caminamos juntos unos cincuenta metros, cuando
encontramos una casa típica de aquellos lugares: paredes blancas, tejados
antiguos, y ventanas pequeñas. “Acomode su mochila donde guste y póngase cómodo
que prepararé una piperade” Saqué de mi mochila un trozo de txorizo y algo de
queso. “Usted no es de aquí… ¿Verdad?” Respondí: “No señor, soy vasco de la
diáspora, de Argentina, estoy trabajando en la carretera de la costa, y tengo
unos días libres, así que los aprovecho para conocer la zona”.

Bixintxo (oVicente) me hizo asomar a la ventana y me
comentó cada monte de los alrededores, nombró cada curso de agua y los vecinos
mas conocidos del lugar. “Vivo aquí desde que nací, heredé esta propiedad de mi
padre y éste de su abuelo. He recorrido el país bastante, pero creo que no debe
existir en el mundo una tierra como ésta. Usted dígame ¿Cómo es Argentina?” Le
expresé aquel viejo orgullo nuestro por esa Argentina enorme, la de los 4
climas, la increíble extensión de las costas, nuestra cordillera, el Aconcagua,
las Cataratas de Iguazú, y tantas cosas. En medio me detuvo: “Eso se conoce con
ver alguna revista, yo quiero saber: ¿Cómo son sus ancianos?¿Como viven?”

Me sorprendió la pregunta, traté de comentarle sobre
el sistema jubilatorio, los planes de salud… Volvió a interrumpirme: “Yo le
pregunto: ¿Qué hacen sus ancianos? ¿Están presentes siempre en las reuniones
familiares? ¿Son los consejeros de los jóvenes? ¿Les dan el lugar mas destacado
en la casa, en la sociedad?”

Tarde en responderle “Bueno, mi familia es bastante
tradicional, siempre tuvimos a nuestros abuelos lo mejor que pudimos. De hecho,
mis abuelos paternos fallecieron en casa de mi padre. En sus brazos y bajo su
cuidado hasta sus últimos alientos. Creo que se les respeta y mucho”.

“Entonces se trata de una sociedad con futuro” Me
dijo “Solamente las sociedades que respetan a sus ancianos, y los toman como
consejeros por su autoridad, y su experiencia, pueden ir adelante, caso
contrario es que se niegan a aprender, y asi les irá. Si en su país, en cada
casa, se cumple lo que su padre le enseñó, esté tranquilo que será un país hermoso”.

Comimos juntos, y me contó algo de su vida.
Finalmente me llevó en su motoneta a recorrer algunos lugares bellísimos de
Euskal Herria, luego me dejó en la carretera de la costa, donde yo trabajaba,
se interesó en mi trabajo, y finalmente vino a despedirme antes de que yo
regresara. Hemos mantenido una amistad por más de tres décadas. Don Bixintxo
Artola, falleció el año pasado a la edad de 89 años. Fue un hombre que me
enseñó cómo valorar a un país, con solo ver como se trata a su bien más
preciado: Sus ancianos.