En Tabernillas, casi “pegado” a Ampuero, Euskal Herria, vive un amigo que se llama Iñaki Zagardolegui. En la actualidad, tiene 89 años, y la semana pasada, por atención de otro amigo: Iker Apesteguia, tuvimos una teleconferencia.
Para comenzar esta historia debo contarles que Iker, fue un compañero del tercio de infantería, que me acompañó en mi estada en Euskal Herria. Un Bilbaíno así, con mayúsculas.
En una oportunidad, salía yo hacia Santander, desde Bilbo, cuando, al lado del utilitario que se me había asignado encontré a un hombre con un pequeño bolso de mano. No era de la cuadrilla, no trabajaba con mi equipo, y su apariencia era la de un hombre pobremente vestido, pero tenía una postura propia de un príncipe.
“Voy a Santander ¿Lo puedo acercar a algún lugar?” Pregunté. El hombre asintió con una sonrisa. Se sentó a mi lado, y, por sacar alguna conversación le interrogué hacia dónde iba. “Un poco mas allá” fue su respuesta.
Durante el corto viaje, no hablamos nada, llegué a mi destino, y el bajó en el mismo lugar. Tuve que hacer unos trámites, y al regresar, allí estaba nuevamente junto al utilitario. “Disculpe, pero usted tuvo un gesto muy amable para conmigo, y quisiera agradecerle” me dijo.
“No hay nada que agradecer” respondí, notando que sacaba algo de su bolso.
“Esto se llama txistu, es un instrumento tradicional de los vascos. ¿Usted no es de acá?” me preguntó, a lo que respondí: “Soy un vasco pero de la diáspora” y seguidamente toco un rato que escuché extasiado. Cuando finalizó, le dije: “Ahora estoy yo en deuda con usted, su música es maravillosa. Que bueno estaría poder escucharlo en las jornadas de descanso en la construcción de la carretera”. 
Sonrió y dijo: “Pues si gusta, regresaré con usted y tocaré durante un tiempo”.
Me sorprendió tanto su arte, y su respuesta, que no entendí la propuesta. “¿Pero no tiene usted algo que hacer por aquí?” 
“Verá: Yo no tengo casa ni familia, voy donde me lleven o donde me sienta bien, si puedo ayudar a alguien, lo hago, y cuando puedo toco el txistu que es el único instrumento que se tocar. Así soy feliz”
Lo llevé nuevamente a Bilbo, donde estuvo con mi equipo durante una semana, y a cambio de un plato de comida y algo de beber, nos deleitaba con su música. 
Poco tiempo después, cuando terminamos el trabajo, Iker lo buscó para que estuviera presente en la fiesta de despedida. Y se hizo cargo de buscarle un lugar donde vivir. Le encontró una casilla en Tabernillas, propiedad de otro amigo, donde don Iñaki pasa la mayor parte del tiempo.
Durante 30 años, me ha escrito asiduamente, me ha contado de su niñez en esa Euskal Herria de cuando tenía 8 o 10 años y perdió a sus padres en aquella guerra fratricida contra el franquismo. Que conoció personalmente al Lehendakari Aguirre, aunque el era muy niño, y cada historia que recuerda, me la escribe con mano ya temblorosa, pero con trazo firme, y yo la recibo como un bien muy preciado. 
La semana pasada, Iker le llevó su notebook y nos contactó en una video conferencia. “¿Me ve bien?” Pregunté a don Iñaki. “Si que lo veo, 30 años mas viejo, pero lo veo bien, el televisor es pequeño, pero lo veo”.
El estaba asombrado de esta comunicación a través del mar, yo estaba tan emocionado que no sabía qué decir. Tocó el txistu, como aquella vez en Santander, y terminamos la conferencia en un mar de lágrimas de felicidad. La tecnología nos había transportado en el espacio y en el tiempo reviviendo esa maravillosa semana en la carretera de nuestra amada Euskal Herria.