En la antigüedad,
había varios árboles muy bellos, y a cada uno se le conocía las cualidades.
Amalur los había creado con un excepcional cuidado para que cubrieran la mayoría
de las necesidades de los gizonak y las emakumeak.

Dicen las
antiguas voces de Euskal Herria, que en el principio de los tiempos, un hombre
se enamoró de una Lamia llamada Robur. Su amor era correspondido, pero la
familia del gizon, se oponía.

Cada tarde
el muchacho, llamado Kerku, se acercaba a un curso de agua y visitaba a la Lamia. Ayudaba a peinar sus
largos cabellos dorados, y ella le contaba historias de lejanas tierras que había
visitado.

Una
emakumea, deseaba a Kerku, pero sabía que su amor hacia Robur era
incondicional, entonces, pidió ayuda a Ieltxu, el genio maligno. Este le dio una
mezcla de agracejo, belladonna y hojas y frutos de paraíso, los hizo hervir
durante horas, y las arrojó al pequeño curso de agua donde esperaba la Lamia.

Robur, llegó
al lugar y a pesar de sentirse mal, se quedó esperando a Kerku. Cuando éste
llegó la bella Lamia agonizaba en medio de terribles dolores. Desesperado,
arrastró a su amada hasta el mar y allí se hundió en las aguas para no regresar
nunca mas.

Ante esta
fidelidad tan grande al amor, que no dudó en dar su vida para estar con su
amada, en el lugar Amalur creó un árbol nuevo, el roble.

Por eso es
un árbol sagrado para innumerables culturas, especialmente celtas y por
supuesto, los vascos que juran fidelidad ante el roble de Gernika.

Su madera
sirve para muchas cosas, especialmente en la fabricación de toneles, porque da
un sabor especial a vinos y licores. Es preludio de alegría.

Las pieles
se curten con la corteza y las agallas de este árbol sagrado. Y con ellas también
se fabrica la tinta para escribir. Amalur así lo hizo para que con esa tinta se
pudieran escribir innumerables cartas de amor, y firmar documentos de lealtad.

Los
estudiosos, le dieron al roble, el nombre científico de los amantes, por ello
se llama Quercus Robur.