LA PLANTA DE MI AMIGO IÑAKI

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Hoy me llamó
mi amigo Iñaki Apesteguía. El vive en Bilbo, en un Barrio llamado Barakaldo, se
dedica a enseñar filosofía en la Universidad.

Durante
muchos años, nos hemos carteado de un lado al otro del Atlántico.

Nos hicimos
amigos una tarde que encontré en las calles de Bilbo a un grupo de bertsolaris,
y se me ocurrió acompañarlos. Iñaki se me acercó con una bota de buen vino, y
comenzamos una serie de charlas que lleva tres décadas. Jamás he visitado su
casa, tampoco él visitó la mía, pero en este tiempo transcurrido, hemos
intercambiado opiniones, ideas, noticias buenas y malas. Nos hemos contado
nuestras cuitas, alegrías y tristezas.

Las largas
cartas enviadas, son la compilación de nuestras historias. Su criterio en
filosofía es enorme.

Cuando
apareció el telex, hemos llegado a comunicarnos por más de dos horas seguidas. Luego,
acondicionó un equipo de onda corta para charlar por radio, y también como radioaficionados,
hemos mantenido la amistad e incorporado nuevos amigos.

La Internet, ahora nos permite largas videoconferencias,
y compartir videos, notas, apuntes. Hace unos meses, me contó que su esposa Ainhoa,
estaba embarazada.

Ayer me
avisó que había nacido Aintza. Pero además, me dijo que pidió la placenta a la  obstetra. Comentó que la enterraría en su
pequeño jardín, como una ofrenda a la madre tierra, para que alimente el humus
de sus plantas. Que plantará allí, una flor de cuatro estaciones, para que
guarde el recuerdo del fruto de su amor.

Le pregunté
“¿Y que sentirás si viene una temporada mala, y la planta muere?” Con su gran
criterio me dijo: “Si eso pasa, será la advertencia de que estoy dedicando
mucho tiempo a mis cosas, y poco a mi familia, será tiempo de jubilarme y
compartir la totalidad de mis días con Ainhoa y Aintza. Si en cambio, la planta
florece y mantiene su frescura, será porque hay armonía en el hogar, y estamos
empleando bien nuestro tiempo”.

No me cabe
duda alguna que la planta de Iñaki florecerá bajo el cuidado de Ainhoa y los
ojos asombrados de la pequeña Aintza. Porque el amor, también se alimenta de
esos gestos que a veces parecen raros en un profesor de filosofía, pero
justamente, eso es lo que los hace invalorables.

LA MAR Y YO

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He sido
marino por muchos años, más de dos décadas. Un arrantzale que recorrió mas de 40.000 millas y buceó
cada océano que se le presentó, desde los cálidos mares del Caribe al helado
Mar del Norte, el Mediterráneo, el Adriático, el Rojo, el Atlántico, el
Pacífico y he probado la sal de cuanta playa encontré.

Muchos
preguntan ¿Cómo es el mar? Les cuento: hay que destacar que el mar, no es
hombre, es mujer. Por eso para muchos, se trata de LA MAR, y la prueba de esto es
que en la mitología vasca, es dominio de las Lamiak, y en otras mitologías, de
las sirenas.

Y como
mujer, la mar es hermosa, incansable, a veces tranquila, y es maravilloso ver
desde el palo mayor de un velero, los 360 grados de un horizonte azul, bajo un
cielo celeste… Agua y cielo, cielo y mar. En ocasiones, es terriblemente
agresiva, y hay que aferrarse a los cabos para mantenerse en cubierta, mientras
las enormes olas tratan de arrancarnos de allí. Es blanca en el Mar de los
Sargazos, de un increíble azul en el Caribe, verde en algunas playas… Y ver un
arco iris sobre el océano es difícil, pero cuando se te aparece, no tiene
comparación con nada en tierra. En la profundidad, va perdiendo la luz, la mar
se pone oscura, a veces tiende a esconder a sus habitantes, a los pueblos
malditos sumergidos por su maldad, a aquellas civilizaciones que se perdieron
por su soberbia, la
Atlántida, el continente perdido de Mu, a los buques hundidos
con sus tesoros, por la ambición del hombre y, seguramente a los cuerpos de
aquellos amantes que prefirieron zozobrar en el mar, antes que estar separados.

La mar
transporta arenas desde un continente a otro. Ese granito que se pegó a tus
pies, pudo haber recorrido miles y miles de millas, hasta llegar a ti, y antes,
pudo haber sido una bonita caracola, en la que alguien apoyó su oreja para
escuchar lo que la mar tenía para decirle.

El agua que
te ha mojado, durante milenios ha estado recorriendo el mundo. ¿Quién dice que
no pudo haber refrescado al Lehendakari Aguirre aquella tarde de hace más de 70
años, cuando juraba bajo el Roble de Gernika y ahora pasa por tus manos? Tal
vez pudo haber sido alguna vez una gota de transpiración de alguno de aquellos
vascos que rechazaron al mismo Napoleón.

¿Nunca
pensaste que esa gota que humedece tu pelo, pudo haber sido una lágrima de
alguna niña enamorada?

La mar no
tiene fronteras, sus habitantes pueden viajar libremente, hacia la superficie y
juegan como los delfines, hacia los abismos y se ocultan como los grandes
pulpos, o como los salmones que salen del océano para ir a desovar al río y
vuelven a cumplir su ciclo de vida.

Es la misma
mar que transportó a los viejos marinos vascos que descubrieron Terranova y
pescaron en sus aguas; también transportó a los conquistadores que trajeron la
nueva religión a América, a los barcos negreros que llevaban opresión de un
continente a otro, y a los centenares de barcos que transportaron las miles de
toneladas de oro y plata con que Europa hizo emerger su economía.

Esta agua
que ha sido reciclada durante tantos años como tiene el mundo, ha sido testigo
de la historia humana, de amores y desamores, de conquistas y opresiones, de
revoluciones y liberaciones, es la misma que ha permitido transportar ayuda
humanitaria a países oprimidos o con terribles secuelas de guerra o hambrunas.

Cuando veas
la mar, piensa en esto, cuando tengas una gota de agua en tus manos, recuerda
que es la misma agua que inunda naciones enteras, que ayuda a escapar a los que
buscan asilo en tierras amigas, que comunica…

Debemos
respetarla, amarla y protegerla. ¿No les parece?

HISTORIA MITOLOGICA VASCA 53. LAS LEYES ANTIGUAS. PRIMERA PARTE

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El tiempo
que duró la glaciación cambió infinidad de costumbres, y dio comienzo a un
rudimento de religión, cada vez más especial y complejo.

La carestía
de alimentos, el valor del fuego, y la protección de las cuevas, dieron como
resultado un abrupto cambio no solo en la economía familiar, sino también en
las costumbres cotidianas.

El fuego,
ya como parte de esa religión, era la protección contra las fieras, lo que
alejaba el cruel frío, la liberación de aquello que se reconocía como el
espíritu de los muertos. La muerte, justamente para los vascos, era solo otro
estado diferente de existencia. No era tan terrible, los buenos estarían en el
refugio familiar, y algún tiempo con Amalur, en la abundancia.

La cueva
pasó a ser, al cremar allí los cadáveres, el lugar donde descansaban los
espíritus de los antepasados, un lugar santo. De allí se valoró y se adoró el
legado de los ancestros, ya se podía hablar de un sitio sagrado al que se debía
cierta devoción y de donde salía el amparo contra todo mal.

El amor a
la tierra conformó toda una serie de creencias, trasmitidas de boca en boca, de
los ancianos a los más jóvenes al calor del hogar.

Nadie puede
siquiera imaginar aquellas noches, al calor de las llamas, todo el clan
encerrado en un pequeño refugio, todos atentos a las palabras del abuelo, quien
mas había vivido y conocido el mundo, el que mejor podía aconsejar, por tener
la experiencia.

Allí,
también se delinearon y transmitieron las leyes antiguas: Sabemos que Mari,
castiga todo lo que no sea verdad, quitando el objeto que ha sido causa de la
mentira.

No acepta
el robo, y hace perder no solo lo robado, sino toda pertenencia.

Si alguien
está formado en el orgullo, de inmediato pierde toda dignidad.

No es
aceptable quien falta a la palabra dada (la euskaldun hitza) ni quien se jacta
de superioridad. El castigo es inapelable, se pierde todo derecho comunitario.

La ley
antigua castiga a quien agrede a la tierra (Ama-lurra) Madre Tierra, recibiendo
el destierro como consecuencia de estas acciones, además de la condena a vagar
eternamente en la oscuridad.

No debe el
hombre primar sobre el hombre, solo se es superior quien mas ofrece a la
comunidad.

No se debe
guerrear por causa de conquista, tampoco por ambición, quien muere en estas
circunstancias esta condenado a la oscuridad.

También es
una falta gravísima no defender la tierra ni lo que ella contenga. Quien muere
defendiendo a la patria, tiene un lugar junto a Amalur.

Quien falta
el respeto a otras personas, especialmente a los ancianos, las mujeres, y a la
ayuda solidaria a la comunidad, queda automáticamente fuera de toda protección.

Se debía
cuidar y ayudar especialmente a la mujer que había perdido a su hombre y a los
niños que han perdido a sus padres, so pena de perder toda posesión.

Las leyes
antiguas, tenían como objeto la creación de una sociedad justa, sin opresiones,
tendiente al bien común. Todo era comunitario y todo ser era social, valorado
por sus aptitudes. Las mujeres tenían un claro valor agregado: Eran fuente de
vida, es decir la base de la sociedad y el desarrollo de la misma.

A su vez,
toda emakumea, tenía la obligación de transmitir sus conocimientos de estas
leyes, y observar y hacer observar las mismas. Ante una falta, debía
denunciarla en la asamblea.

Aún cuando
terminó la glaciación, y ya no era necesario recurrir a las cuevas, esta
religión era observada por todos los vascos. Ya aparecía con total claridad la
idea de la vida eterna, y el premio de acompañar a la Madre Tierra, Amalur, en la
abundancia en un lugar donde moraban los ancestros, no había temor ni
enfermedades.

Ante una
vida fuera de las leyes, le correspondía la eternidad vagando en la oscuridad y
siendo acechado por los espíritus malditos.

¿Y en el
camino a la cueva, qué pasaba con esos espíritus? Allí se creó el concepto que
posteriormente algunas religiones toman como de: Purgatorio, es decir que el
espíritu del muerto, si no había faltado a las leyes, iba protegido del lauburu
en el camino a la cueva de Mari, pero si en algún momento había faltado a esas
leyes, el símbolo del sol ya no tenía efecto alguno sobre él, y los espíritus
inmundos podían tomarlo.

HISTORIA MITOLOGICA VASCA 52. LA RELIGION Y LA GLACIACION

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Hasta la
glaciación, la religión de los antiguos vascos, era muy rudimentaria. Se
trataba de pedir, recibir, agradecer, seguir rogando, obrar bien y obtener
buenas cosechas u obrar mal y recibir tempestades.

La glaciación,
no solo cambió el clima, sino que también generó un cambio en la situación
familiar. Las bajas temperaturas, impedían pasar la noche a la intemperie. Las
cacerías ya no se realizaban en la zona, sino que había que caminar largas
jornadas para encontrar animales. No se podía obtener alimentos por recolección
como en épocas de clima benigno. El hombre y su familia, encontró en las
cuevas, un lugar adecuado para protegerse, e hizo de ellas su propio santuario.

Cabe
destacar que las religiones mas antiguas al igual que la mitología de
diferentes etnias, tiende a temer a las cuevas, las considera territorio tabú,
zona de muerte. Eso es porque no tienen registros de las épocas de glaciación.

A partir de
esta etapa, los vascos comienzan a delinear una religión que difiere en mucho
de todo lo conocido: Dios comienza a ser una divinidad, y es mujer: Amalur o
Mari, hasta ahora una entidad mitológica creadora, para a ser llamada Diosa.

Las cuevas
son los santuarios familiares, allí se vivirá el día a día, se procreará, se
enseñará, se cuidará cada miembro del clan, el fogón pasará a ser “lar” que
contiene el “fuego sagrado”, y ante la muerte, los cadáveres se cremarán para
santificar de alguna forma el territorio de la familia y permanecer en él,
junto a los elementos cotidianos.

Comienza a
delinearse la creencia de que el hombre tiene un alma que es inmortal, que si
obra bien, permanecerá junto a Amalur, en un lugar donde no existe el dolor ni
las enfermedades, y hay abundancia y podrá proteger a sus seres queridos. Pero…
¿Qué sucede cuando se obra mal? El infierno no existe. Para otras religiones,
hay un infierno subterráneo, está relacionado con la cueva, el submundo. Aquí
justamente es lo contrario.

Cuando
alguien salía de la protección de la cueva, y llegaba la noche, moría de frío.
Lo lógico de pensar, es que para los antiguos vascos, el concepto de infierno,
era justamente bagar por la tierra eternamente, sin llegar al lugar de los
ancestros, ni al amor de la Diosa Amalur.

Este
concepto hizo que los vascos tengan un respeto, un cariño especial a los
ancestros, fuentes de sabiduría, experiencia y protección.

El criterio
de tener un Dios femenino, dio a la emakumea, un nivel de mérito especial:
también era creadora y portadora de vida, si bien no existía el matriarcado, no
estaba lejos de él.

El otro
elemento es el sol, fuente de calor y luz. Representado en el lauburu, el
símbolo mas antiguo y venerado por todas las religiones antiguas.

Y se llega
al concepto de la separación del día y la noche, el bien y el mal, y aparecen
los genios buenos durante el día y Gaueko, el señor de las tinieblas, el amo de
la noche, con todos los genios del mal.

Estar fuera
de la cueva durante la noche equivalía a morir de frío, desde entonces se creyó
en aquello de: El día para los del día y la noche para Gaueko. El llevaría a
los arriesgados que caminaban en la oscuridad para seguir haciéndolo en el
mundo de los muertos.

La única
forma de sobrevivir era llegar antes que la noche, al lugar donde estaban las
cenizas de los ancestros: la cueva, el amparo de la familia, el calor del
fuego.

BIXINTXO ARTOLA, MI AMIGO DE LEMOA.

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A menos de 15 kilómetros de
Bilbo, está el barrio de Lemoa, se trata de un caserío pequeño, de muy pocos
habitantes, y de un paisaje encantador.

Hace unos
años, tuve que pasar por allí, y buscando un lugar para almorzar, me encontré
con que en aquellos días, no había negocios cerca, por lo que me puse a un lado
del camino a hurgar en mi mochila a ver en qué consistiría mi almuerzo. En eso
estaba cuando dio en pasar una motoneta. Su conductor se detuvo a preguntarme
si necesitaba algo, a lo que respondí que buscaba algún parador para comer algo
antes de seguir mi camino. “Me llamo
Bixintxo Artola, y vivo a unos
metros de aquí, si está buscando de comer, puede acompañarme a mi casa, y
compartiremos alguna cosa”. Miré a mi interlocutor. Tendría unos 50 años, su
txapela y las antiparras, ocultaban algunas arrugas de su frente. “Será un
placer, si no le ocasiono molestias” Contesté. A lo que respondió “Si así fuera
no le habría invitado”. Caminamos juntos unos cincuenta metros, cuando
encontramos una casa típica de aquellos lugares: paredes blancas, tejados
antiguos, y ventanas pequeñas. “Acomode su mochila donde guste y póngase cómodo
que prepararé una piperade” Saqué de mi mochila un trozo de txorizo y algo de
queso. “Usted no es de aquí… ¿Verdad?” Respondí: “No señor, soy vasco de la
diáspora, de Argentina, estoy trabajando en la carretera de la costa, y tengo
unos días libres, así que los aprovecho para conocer la zona”.

Bixintxo (oVicente) me hizo asomar a la ventana y me
comentó cada monte de los alrededores, nombró cada curso de agua y los vecinos
mas conocidos del lugar. “Vivo aquí desde que nací, heredé esta propiedad de mi
padre y éste de su abuelo. He recorrido el país bastante, pero creo que no debe
existir en el mundo una tierra como ésta. Usted dígame ¿Cómo es Argentina?” Le
expresé aquel viejo orgullo nuestro por esa Argentina enorme, la de los 4
climas, la increíble extensión de las costas, nuestra cordillera, el Aconcagua,
las Cataratas de Iguazú, y tantas cosas. En medio me detuvo: “Eso se conoce con
ver alguna revista, yo quiero saber: ¿Cómo son sus ancianos?¿Como viven?”

Me sorprendió la pregunta, traté de comentarle sobre
el sistema jubilatorio, los planes de salud… Volvió a interrumpirme: “Yo le
pregunto: ¿Qué hacen sus ancianos? ¿Están presentes siempre en las reuniones
familiares? ¿Son los consejeros de los jóvenes? ¿Les dan el lugar mas destacado
en la casa, en la sociedad?”

Tarde en responderle “Bueno, mi familia es bastante
tradicional, siempre tuvimos a nuestros abuelos lo mejor que pudimos. De hecho,
mis abuelos paternos fallecieron en casa de mi padre. En sus brazos y bajo su
cuidado hasta sus últimos alientos. Creo que se les respeta y mucho”.

“Entonces se trata de una sociedad con futuro” Me
dijo “Solamente las sociedades que respetan a sus ancianos, y los toman como
consejeros por su autoridad, y su experiencia, pueden ir adelante, caso
contrario es que se niegan a aprender, y asi les irá. Si en su país, en cada
casa, se cumple lo que su padre le enseñó, esté tranquilo que será un país hermoso”.

Comimos juntos, y me contó algo de su vida.
Finalmente me llevó en su motoneta a recorrer algunos lugares bellísimos de
Euskal Herria, luego me dejó en la carretera de la costa, donde yo trabajaba,
se interesó en mi trabajo, y finalmente vino a despedirme antes de que yo
regresara. Hemos mantenido una amistad por más de tres décadas. Don Bixintxo
Artola, falleció el año pasado a la edad de 89 años. Fue un hombre que me
enseñó cómo valorar a un país, con solo ver como se trata a su bien más
preciado: Sus ancianos.

EL QUESO RONCALES

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Xabier
Iribarne es un amigo de Navarra, Euskal Herria, vivía hasta 1980 en Urzainqui.
Si bien su familia, siempre se dedicó a la cría de ovejas y cabras, Xabier,
siguió el camino de su suegro, y se dedica a fabricar el queso artesanal Roncalés.

Cuando nos
presentaron, tenía la costumbre de preparar unas porciones muy pequeñas, que
envolvía en un papel especial con una tarjeta que decía en euskera roncalés y
en castellano: “Si este bocado le agradó, imagine lo que gozara al degustar una
porción mayor. Xabier Iribarne, productor. Teléfono…”

Claro que
Xabier no tenía teléfono, era el de su suegro, y atendía su esposa contestando:
“Quesos Iribarne, haga su pedido, si no entiende mi castellano, le paso con mi
padre que habla roncalés”.  

Todo un
tema, porque el roncalés es un euskera bastante limitado al valle de Roncal, no
eran muchos quienes lo hablaban y don Adame Urquijo, era ya muy anciano, hablaba
con voz fuerte y clara, pero en una lengua casi extinta. Los viejos vascos de
Navarra le entendían, pero los jóvenes interesados en el queso roncalés, no
estaban interesados en la historia del euskera. Así es que las llamadas eran
realmente una delicia de picardía de don Adame para atraer la atención de sus
interlocutores, y finalmente, luego de varias monedas en el teléfono público,
uno podía hacer el pedido.

La familia
Iribarne Urquijo, era amigable, divertida, hospitalaria. Su hogar era simple,
no había ni lujos, ni cosas de gran valor económico, pero allí se respiraba
vasquitud. Había un clima distendido, una predisposición a la charla, a enseñar
lo que se sabe una tradición familiar y considerada por ellos un bien nacional.

Durante años,
don Adame elaboró sus quesos para la venta. Pero en su pequeña oficina se
guardaba un trípode con un odre colgando en su centro, en el que se elaboraba
el queso que se comía con el desayuno. Era suave, muy especiado, se cortaba una
rodaja de la hogaza de pan, y se untaba una generosa porción del producto.

Cuando
pregunté por qué no se lo comercializaba, siendo como era, una real exquisitez,
me contestó: “Algún día, mi hija o mi yerno, le enseñarán a mi nieto cuál es la
receta, y cómo se hace, entonces este pequeño secreto familiar seguirá vivo,
como mis antepasados. Cada vez que sirvo una porción, allí está mi bisabuelo
enseñando a mi abuelo, éste enseñando a mi padre, y él enseñándome a mí. Pero
esto se mantuvo gracias a un secreto agregado: además de la receta, está el
tiempo que meneamos el odre, y la forma en que lo hacemos: si lo meneamos con
energía, fermenta rápido, pero su consistencia es floja. Si meneamos sin ganas,
tendrá buena consistencia, pero tardará más en fermentar. Solo los que aman su
oficio pueden hacerlo.

Esta
familia se mantuvo durante tantas generaciones, porque ni meneamos con
violencia, tampoco sin ganas, sino amando el oficio”.

Desde
entonces, cada vez que degusto un buen queso roncalés, recuerdo a esa familia,
y las generaciones de queseros empeñados en mantener las tradiciones, el calor
familiar, que viven la vida amando el oficio. 

HISTORIA MITOLOGICA VASCA 51. LA LEYENDA DEL ABETO

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En aquellos
primeros tiempos de Euskal Herria, había un jentil llamado Jokke. Era muy pero
muy feo. Tan feo era que se ocultaba en el bosque para no asustar a las gentes.
Su cabeza era enorme, sus manos eran como palmas abiertas, sus grandes pies
tropezaban constantemente con árboles y rocas.

Por su
ocultamiento no tenía amigos. Así pasaba sus días, triste y solo, pero era muy
buena persona.

En una
oportunidad, un anciano ciego, se perdió en el bosque. Cansado de caminar en
tinieblas, arañado del roce de ramas y espinos, se sentó a descansar sobre una
roca.

Dio en
pasar por allí Jokke, y escuchó los lamentos del anciano. Rápidamente se acercó,
y, notando que el hombre no le temía, se dispuso a ayudarle, lo alzó en brazos
y lo llevó al límite del bosque. Una vez allí, la gente que buscaba al anciano
los vió y se acercaron felices de haberle encontrado y que el jentil le hubiera
salvado la vida. Jokke no podía creer que tanta gente le recibiera alegre sin
importarle su fealdad.

A partir de
aquel día el jentil se acercaba a la aldea, visitaba al anciano y le llevaba
leña y frutas a sus nuevos amigos.

Los
aldeanos empezaron a querer a aquel gigante amable y amigable. Jokke, construyó
con su gran fortaleza un puente para que la gente llegara a una isla cercana a
recolectar frutas, roturó la tierra para que sembrasen, y siempre estaba alerta
a ayudar en lo que pudiera.

Una noche,
los aldeanos vieron las huellas de un enrome oso pardo (ahora hay muy pocos, es
una especie que se encuentra casi en peligro de extinción, pero en aquellos días
abundaban en los montes, y eran muy agresivos) rápidamente pidieron ayuda a
Jokke.

El gigante
montó guardia toda la noche, hasta que apareció el enorme animal que ataco al
valiente jentil. Ambos se trenzaron en una lucha sin cuartel, el oso con sus
grandes zarpas arrancaba trozos de piel en cada golpe, Jokke se iba debilitando
hasta que pudo tomarlo del cuello y lo sofocó. El Jentil eliminó la amenaza de
la aldea, pero pagó cara su valentía. Murió defendiendo a sus amigos.

Amalur que
todo lo ve, quiso sacar enseñanzas de la tragedia, y donde el gigante fue
sepultado, hizo crecer un árbol que fuera como él: Enorme, y con grandes
cualidades. Así nació el abeto.

Su madera
blanca maleable, permite su empleo en la construcción, por lo que continuaría
ayudando al hombre dándole material para sus viviendas.

De sus
arrugas en el tronco, se obtiene una trementina muy balsámica que, además se
puede emplear en el calafateo de barcos.

También se
usa en infusiones para el catarro y la gripe, además de ser diurético. Es
cicatrizante y se puede aplicar en infecciones por vía externa.

Tiene
grandes resultados como antirreumático y puede emplearse como desinfectante.

De sus
arrugas en el tallo, sale siempre una resina como si el abeto llorase al
valiente Jokke. Es por eso que los latinos la llamaron
lacryma
abietis, es decir: Lágrimas de abeto.

HISTORIA MITOLOGICA VASCA 50. LA LEYENDA DEL QUERCUS ROBUR (ROBLE)

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En la antigüedad,
había varios árboles muy bellos, y a cada uno se le conocía las cualidades.
Amalur los había creado con un excepcional cuidado para que cubrieran la mayoría
de las necesidades de los gizonak y las emakumeak.

Dicen las
antiguas voces de Euskal Herria, que en el principio de los tiempos, un hombre
se enamoró de una Lamia llamada Robur. Su amor era correspondido, pero la
familia del gizon, se oponía.

Cada tarde
el muchacho, llamado Kerku, se acercaba a un curso de agua y visitaba a la Lamia. Ayudaba a peinar sus
largos cabellos dorados, y ella le contaba historias de lejanas tierras que había
visitado.

Una
emakumea, deseaba a Kerku, pero sabía que su amor hacia Robur era
incondicional, entonces, pidió ayuda a Ieltxu, el genio maligno. Este le dio una
mezcla de agracejo, belladonna y hojas y frutos de paraíso, los hizo hervir
durante horas, y las arrojó al pequeño curso de agua donde esperaba la Lamia.

Robur, llegó
al lugar y a pesar de sentirse mal, se quedó esperando a Kerku. Cuando éste
llegó la bella Lamia agonizaba en medio de terribles dolores. Desesperado,
arrastró a su amada hasta el mar y allí se hundió en las aguas para no regresar
nunca mas.

Ante esta
fidelidad tan grande al amor, que no dudó en dar su vida para estar con su
amada, en el lugar Amalur creó un árbol nuevo, el roble.

Por eso es
un árbol sagrado para innumerables culturas, especialmente celtas y por
supuesto, los vascos que juran fidelidad ante el roble de Gernika.

Su madera
sirve para muchas cosas, especialmente en la fabricación de toneles, porque da
un sabor especial a vinos y licores. Es preludio de alegría.

Las pieles
se curten con la corteza y las agallas de este árbol sagrado. Y con ellas también
se fabrica la tinta para escribir. Amalur así lo hizo para que con esa tinta se
pudieran escribir innumerables cartas de amor, y firmar documentos de lealtad.

Los
estudiosos, le dieron al roble, el nombre científico de los amantes, por ello
se llama Quercus Robur.

IÑAKI ZAGARDOLEGUI, TXISTULARI

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En Tabernillas, casi “pegado” a Ampuero, Euskal Herria, vive un amigo que se llama Iñaki Zagardolegui. En la actualidad, tiene 89 años, y la semana pasada, por atención de otro amigo: Iker Apesteguia, tuvimos una teleconferencia.
Para comenzar esta historia debo contarles que Iker, fue un compañero del tercio de infantería, que me acompañó en mi estada en Euskal Herria. Un Bilbaíno así, con mayúsculas.
En una oportunidad, salía yo hacia Santander, desde Bilbo, cuando, al lado del utilitario que se me había asignado encontré a un hombre con un pequeño bolso de mano. No era de la cuadrilla, no trabajaba con mi equipo, y su apariencia era la de un hombre pobremente vestido, pero tenía una postura propia de un príncipe.
“Voy a Santander ¿Lo puedo acercar a algún lugar?” Pregunté. El hombre asintió con una sonrisa. Se sentó a mi lado, y, por sacar alguna conversación le interrogué hacia dónde iba. “Un poco mas allá” fue su respuesta.
Durante el corto viaje, no hablamos nada, llegué a mi destino, y el bajó en el mismo lugar. Tuve que hacer unos trámites, y al regresar, allí estaba nuevamente junto al utilitario. “Disculpe, pero usted tuvo un gesto muy amable para conmigo, y quisiera agradecerle” me dijo.
“No hay nada que agradecer” respondí, notando que sacaba algo de su bolso.
“Esto se llama txistu, es un instrumento tradicional de los vascos. ¿Usted no es de acá?” me preguntó, a lo que respondí: “Soy un vasco pero de la diáspora” y seguidamente toco un rato que escuché extasiado. Cuando finalizó, le dije: “Ahora estoy yo en deuda con usted, su música es maravillosa. Que bueno estaría poder escucharlo en las jornadas de descanso en la construcción de la carretera”. 
Sonrió y dijo: “Pues si gusta, regresaré con usted y tocaré durante un tiempo”.
Me sorprendió tanto su arte, y su respuesta, que no entendí la propuesta. “¿Pero no tiene usted algo que hacer por aquí?” 
“Verá: Yo no tengo casa ni familia, voy donde me lleven o donde me sienta bien, si puedo ayudar a alguien, lo hago, y cuando puedo toco el txistu que es el único instrumento que se tocar. Así soy feliz”
Lo llevé nuevamente a Bilbo, donde estuvo con mi equipo durante una semana, y a cambio de un plato de comida y algo de beber, nos deleitaba con su música. 
Poco tiempo después, cuando terminamos el trabajo, Iker lo buscó para que estuviera presente en la fiesta de despedida. Y se hizo cargo de buscarle un lugar donde vivir. Le encontró una casilla en Tabernillas, propiedad de otro amigo, donde don Iñaki pasa la mayor parte del tiempo.
Durante 30 años, me ha escrito asiduamente, me ha contado de su niñez en esa Euskal Herria de cuando tenía 8 o 10 años y perdió a sus padres en aquella guerra fratricida contra el franquismo. Que conoció personalmente al Lehendakari Aguirre, aunque el era muy niño, y cada historia que recuerda, me la escribe con mano ya temblorosa, pero con trazo firme, y yo la recibo como un bien muy preciado. 
La semana pasada, Iker le llevó su notebook y nos contactó en una video conferencia. “¿Me ve bien?” Pregunté a don Iñaki. “Si que lo veo, 30 años mas viejo, pero lo veo bien, el televisor es pequeño, pero lo veo”.
El estaba asombrado de esta comunicación a través del mar, yo estaba tan emocionado que no sabía qué decir. Tocó el txistu, como aquella vez en Santander, y terminamos la conferencia en un mar de lágrimas de felicidad. La tecnología nos había transportado en el espacio y en el tiempo reviviendo esa maravillosa semana en la carretera de nuestra amada Euskal Herria. 

KOLDO, EL DE LOS MUELLES DE SAN SEBASTIAN

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Se dice que
en San Sebastian, en el paseo del muelle, cada noche se podía encontrar a un
niño muy pobre. Su nombre era Koldo.

Todos le
llamaban Koldo el del muelle. Los arrantzales de los barcos le ofrecían siempre
algo de comer, y alguna ropa. Durante el día pescaba los alimentos que por las
tardes cocinaba en un tambor con una pequeña parrilla.

Koldo, cada
atardecer, se sentaba en alguna de las bitas (esos postes metalicos donde se
amarran los barcos) y cuando llegaba la noche, sonreía feliz y se ponía a
contar estrellas. Cada vez que perdía la cuenta, comenzaba nuevamente con
grandes carcajadas.

Una noche,
dio en pasar un político (no lo voy a nombrar) y vio al txiki, que, ante la
llegada del hombre, comenzó de nuevo su actividad. Entre extrañado y molesto,
el político le preguntó porqué gastaba sus energías en eso, en vez de pedir
alguna cosa a la gente que pasaba. Koldo, sin siquiera pensar contestó: “Cuento
estrellas porque es lo único que tengo. Cada día, alguna nube me tapa alguna, a
veces el txirimiri no me deja contarlas, pero sé que allí están, sé que ni la
mas grande tormenta que Amalur disponga, las quitará de allí. Si hay estrellas
que pueda contar, al menos sé que estoy vivo, y comenzaré mi día feliz”. Y a su
vez preguntó: “Usted ¿Sabe cuantas estrellas tengo en esta parte del cielo?”

El
político, acostumbrado a las corridas diarias, a ese vértigo que no nos permite
sentarnos a contemplar la belleza que la naturaleza nos ofrece cada día.
Comprendió que hacía mucho que no se detenía a ver los regalos que Amalur dejó
en nuestra amada Euskal Herria. Miró al muchacho, y le dijo: “¿No te gustaría
estar en un hogar, con otros chavales de tu edad? Allí tendrían cama y comida
siempre.”

Koldo lo
miró, casi con lástima, y respondió: Debería estar encerrado todo el tiempo.
Aquí, tengo la tierra por casa, el cielo por techo, el mar como fuente de
comida y mis estrellas que cuento cada noche. ¿Hay algo que me puedas ofrecer
que sea tan valioso como para cambiar todo lo que tengo por ello?

El político
se retiró un poco apesadumbrado, porque no pudo entender que un txiki como
Koldo fuese tan ignorante que rechazase una oferta tan inteligente como la que
hizo. Por la noche, no pudo dormir pensando qué leyes o decretos sacar para que
no haya mas txikis en las calles.

Koldo por
un momento se sintió preocupado, porque había alguien que sabía que él era
feliz allí. Al rato lo olvidó, como se olvida a la gente de tan poco valor, y
continuó contando estrellas…

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