Hoy me llamó
mi amigo Iñaki Apesteguía. El vive en Bilbo, en un Barrio llamado Barakaldo, se
dedica a enseñar filosofía en la Universidad.
Durante
muchos años, nos hemos carteado de un lado al otro del Atlántico.
Nos hicimos
amigos una tarde que encontré en las calles de Bilbo a un grupo de bertsolaris,
y se me ocurrió acompañarlos. Iñaki se me acercó con una bota de buen vino, y
comenzamos una serie de charlas que lleva tres décadas. Jamás he visitado su
casa, tampoco él visitó la mía, pero en este tiempo transcurrido, hemos
intercambiado opiniones, ideas, noticias buenas y malas. Nos hemos contado
nuestras cuitas, alegrías y tristezas.
Las largas
cartas enviadas, son la compilación de nuestras historias. Su criterio en
filosofía es enorme.
Cuando
apareció el telex, hemos llegado a comunicarnos por más de dos horas seguidas. Luego,
acondicionó un equipo de onda corta para charlar por radio, y también como radioaficionados,
hemos mantenido la amistad e incorporado nuevos amigos.
La Internet, ahora nos permite largas videoconferencias,
y compartir videos, notas, apuntes. Hace unos meses, me contó que su esposa Ainhoa,
estaba embarazada.
Ayer me
avisó que había nacido Aintza. Pero además, me dijo que pidió la placenta a la obstetra. Comentó que la enterraría en su
pequeño jardín, como una ofrenda a la madre tierra, para que alimente el humus
de sus plantas. Que plantará allí, una flor de cuatro estaciones, para que
guarde el recuerdo del fruto de su amor.
Le pregunté
“¿Y que sentirás si viene una temporada mala, y la planta muere?” Con su gran
criterio me dijo: “Si eso pasa, será la advertencia de que estoy dedicando
mucho tiempo a mis cosas, y poco a mi familia, será tiempo de jubilarme y
compartir la totalidad de mis días con Ainhoa y Aintza. Si en cambio, la planta
florece y mantiene su frescura, será porque hay armonía en el hogar, y estamos
empleando bien nuestro tiempo”.
No me cabe
duda alguna que la planta de Iñaki florecerá bajo el cuidado de Ainhoa y los
ojos asombrados de la pequeña Aintza. Porque el amor, también se alimenta de
esos gestos que a veces parecen raros en un profesor de filosofía, pero
justamente, eso es lo que los hace invalorables.